"Esto es solo el comienzo" advierte Netanyahu, en tanto el resto del mundo se pregunta cuándo será el fin de una masacre que parece interminable, estos nuevos ataques sobre Gaza y la orden de evacuación total de la ciudad poner sobre la mesa una pregunta incómoda: ¿qué tan lejos puede llegar Israel en su ofensiva contra la población palestina sin enfrentar un freno real de la comunidad internacional?
La escena es brutal: familias enteras forzadas a huir en condiciones de precariedad, hospitales colapsados y campamentos de desplazados que no dan abasto. Lo que Israel llama una “operación de seguridad” se traduce en hechos en un proceso sistemático de vaciamiento territorial, en el que la población palestina es empujada al exilio forzado.
El conflicto que se inició en octubre de 2023 ha dejado una cifra escalofriante de personas fallecidas, las que ya superan las 64 mil según datos del Ministerio de Sanidad palestino, en su mayoría civiles. En tanto la Organización de las Naciones Unidas advirtió que un número creciente de palestinos, incluidos niños, ancianos, personas con discapacidad, enfermos y heridos, esta muriendo como resultado de la desnutrición y el hambre.
El caso de Gaza ilustra con crudeza cómo funcionan las prioridades globales. Para los aliados de Israel, el valor estratégico de ese país es demasiado alto como para arriesgarse a confrontarlo directamente.
Este escenario revela, con toda crudeza, la forma en que operan las prioridades internacionales. Israel, como aliado estratégico de Estados Unidos y pieza clave de contención en Medio Oriente, recibe un margen de acción casi ilimitado. Su posición le permite influir en la relación con Arabia Saudita por el petróleo, mantener presión sobre Irán y observar de cerca el polvorín de Siria. En esa ecuación, la catástrofe humanitaria en Gaza queda relegada.
En tanto Europa concentra su atención en Ucrania, mientras Asia mira hacia la guerra comercial entre China y Occidente o las tensiones entre India y Pakistán. En América Latina, incluso, el avance militar estadounidense hacia Venezuela resulta más cercano que los ataques en Gaza. Esta dispersión hace que la tragedia palestina vaya perdiendo espacio mediático y político, hasta transformarse en una de tantas crisis olvidadas.
La historia reciente nos recuerda que genocidios como el de Ruanda o el de los armenios también fueron invisibilizados hasta que ya era demasiado tarde. ¿Es posible hablar de genocidio en Gaza? A la luz de la evidencia, sí. Así al menos lo muestran los registros audiovisuales.
Lo que ocurre en Gaza es a todas luces un ataque sistemático contra una población específica: la palestina. El bloqueo de ayuda humanitaria y médica, junto con los bombardeos reiterados sobre infraestructura civil, indican que el objetivo no es solo desmantelar a Hamas, sino despoblar progresivamente la franja y la última orden de evacuación entregada por Israel parece ser parte del acto final. Israel parece tener como meta última vaciar Gaza y anexarla, para luego avanzar sobre Cisjordania.
La crudeza de esta hipótesis refleja el dilema de fondo: ¿existe una “línea roja” que Israel no pueda cruzar? La cantidad de civiles asesinados, los niños muertos de hambre, la destrucción de hospitales y viviendas muestran que varias de esas líneas ya se han borrado.
Al final, como tantas veces en la historia, las naciones se mueven por intereses y no por principios. Y Gaza, sin peso económico ni geopolítico directo para las potencias, enfrenta la tragedia de ser un conflicto donde el costo de intervenir parece más alto que el beneficio. La consecuencia es devastadora: un pueblo sometido al asedio, mientras el mundo gira la mirada hacia otros frentes de batalla.
Es hora de preguntarse si vale más una geopolítica cómoda que una ética activa. Gaza exige no solo solidaridad simbólica sino acción efectiva. Mientras el mundo atiende otros conflictos, aquí se juega el fundamento de la dignidad humana, un precio que ya no podemos convencernos de que tributamos por silencio.
El verdadero riesgo no es solo lo que ocurre hoy en Gaza, sino lo que significa para el futuro: aceptar que las violaciones más brutales a los derechos humanos pueden tolerarse mientras no incomoden el tablero global. Una derrota silenciosa para la humanidad entera.
Por Marcelo Pérez Zúñiga, analista internacional y académico de Periodismo del Campus Creativo de la Universidad Andrés Bello
Doctor en Estudios Culturales de la Universidad Autónoma de Madrid
Master en Estudios Artísticos y Culturales de la Universidad Autónoma de Madrid